Mi plaza de la Magdalena

martes, 28 de abril de 2009

PERDIDO ESPÍRITU DE VECINDAD

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Por cada mayor conocido que muere, yo envejezco un poco; parece que me fueran pasando el testigo de sus años para que continúe llevándolos en mi memoria.

El día 25 perdí una parte muy bonita de mi juventud, se fue con Antonia, mi vecina de tantos años.

Por la tarde en el Tanatorio compartiendo con sus hijos su pérdida, recordamos juntos los años vividos puerta con puerta en nuestros pisos de Avenida Parque. Recordamos con cariño a unos padres “jóvenes” aún y aquellas interminables charlas de nuestras madres por la ventana, para después echarse mutuamente la culpa de que la comida no estuviese a su hora; aquellas Navidades compartiendo baile, polvorones y Misa del Gallo en San Basilio con fondo de guitarra, primeras misas flamencas que nos hacían ilusión por el mero cambio; el casi constante ir y venir de amigos de unos y otros, los siete jóvenes que entre las dos puertas sumábamos; el envidiable bullicio de su casa.

Todos podíamos estar tranquilos aunque se nos olvidaran las llaves,” Antonia o María tienen una”, hasta ese punto teníamos confianza las dos familias. Qué lástima que ese espíritu de vecindad se haya perdido casi por completo, antes decir “vecino” significaba algo; en el caso de Antonia significaba, ayuda en cualquier momento que la necesitaras y calor familiar.


No quise verla; prefiero recordarla siempre con sus mangas cortas y sin medias en cualquier época del año, arreglando sus macetas en la terraza, protestando del genio de “su Antonio” o compartiendo problemas de los hijos con mi madre, pero sin perder su buen humor nunca.
¡Genio y figura hasta la sepultura! Y nunca mejor dicho, con sus noventa y muchos años no perdió ese carácter que la caracterizó siempre, hasta muy poco antes de morir.


¡Adiós tocaya!, adiós “vecina”.



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