Mi plaza de la Magdalena

miércoles, 29 de abril de 2009

A MARÍA Y DOMINGO

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Aunque el mejor homenaje que se le puede hacer a alguien es llevarlo siempre en el corazón y nombrarlo cuando surja la menor ocasión, hoy quiero agradecer a estas dos personas todo lo que por mí y sobre todo por mis hijos hicieron en sus vidas. Ellos son y digo bien son, porque lo serán siempre, los padres de mi marido, los abuelos de mis hijos, mis suegros.
Sólo puedo decir que fueron unas buenas personas, mejor dicho fueron unas personas BUENAS, que me trataron siempre como a la hija que no tenían “su Antoñita”, que me consta que sentían un cariño especial por mis hijos a pesar de no ser los primeros nietos, pero sí eran los más próximos, los otros estaban en Francia por aquel entonces y que en todo el tiempo que tuve para conocerlos sólo recibí ayuda y buenos consejos por parte de ellos.
Nacidos ambos en la Sierra de Segura pero en distintos pueblos, les tocó trabajar desde pequeños, como a la mayoría de su generación, la “abuela María”, como todos la llamábamos, ni siquiera pudo aprender a leer, cosa de la que siempre se quejó. Se conocieron cuando empezó la guerra, se casaron y como él era militar republicano ella le acompañó a todos los frentes adonde lo enviaban, haciendo de cocinera de la tropa para que la dejaran estar junto a él.
Esta fue la primera demostración de valentía de esta gran Señora, a la que siguieron muchas ocasiones más imposibles de enumerar aquí: enfermedad del marido, falta total de medios económicos, dos hijos que alimentar…. Hizo de todo cuanto pudo para salir adelante, sin saber leer ni escribir, supo defenderse perfectamente en la vida.
Cuando yo les conocí aunque la situación había mejorado, no estaban nada sobrados y sin embargo son incontables los platos de comida ya preparada que para mi casa han ido cocinados por María.
Aún así no es esto lo que más agradezco y añoro a la vez de mi suegra, sino ese buen juicio suyo, ese saber escuchar y dar consejo cuando era necesario y sólo entonces, ese saberse adaptar a los nuevos tiempos y comprender a la juventud, ese cariño que derrochaba con todo el mundo. Sin titulación alguna hizo en muchas ocasiones de pediatra, mediadora y psicóloga.
Gracias “abuela” me enseñaste mucho y a mis hijos también.
Y a ti “abuelo”, a pesar de tu geniecillo, gracias por tanto madrugón para llevar a tus nietos al médico, por animar a “la María” a prepararnos comida, por esas migas que nadie hacía como tú, por depositar tanta confianza en tu Antoñita, esto último me enorgullece todavía.
Quiero imaginaros allá donde estéis, a ti abuelo “parándole el carro a la María que es muy exagerá” y a ti abuela, como la gran matriarca que siempre has sido aunque tú creyeras que no, preparando un gran cocido para que cuando vayamos llegando con vosotros tengamos algo “calentito” que comer, yo además me pido un cafecito, de esos que preparabas tan buenos y unos recortes de pasteles para la sobremesa, ya sabes cosas de la Antoñita.
Hasta que nos volvamos a reunir en una gran mesa como antes, recibid a diario el cariño de toda vuestra familia.

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