Mi plaza de la Magdalena

domingo, 3 de enero de 2010

"Las Francesas"

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Plaza empedrada, triunfo de San Rafael, típico rincón cordobés con noble casona al fondo, la de los Aguayos…bullicio de uniformes azul marino con almidonado cuello blanco.

Dentro hábitos negros con albas tocas y rosario a la cintura.

Patio de la yedra, la Virgen del Colegio.


El gran recibidor de las temidas visitas de los padres, cuando eran llamados para ser informados.

Noble y colosal escalera en dos tramos de negro mármol.

Sala común, biblioteca, patio de los peces, salón de actos, comedor de las internas, habitación del precioso cierre con ilustre escudo.

Camino a la íntima Capilla paso obligado por las puertas, barreras infranqueables hacia la clausura, provocadoras de morbosa curiosidad cuando por descuido se quedaba una rendija abierta. Ya dentro del Oratorio en su recogimiento, íntimas y silenciosas charlas con aquella Madre de todas que siempre disponía de tiempo para escucharnos; una plegaria, una lágrima, una fe desaparecida después para algunas, olvidada para otras, quizá añorada por algunas terceras; distinta en todo caso para todas.


Patio de recreo, griterío, juegos, risas, intercambio de bocadillos; terrible época de las gomas, en la que atravesarlo era toda una odisea. Hasta los vacíos corredores de acceso a las aulas ascendía toda la algarabía, para mayor castigo de quien no había sido merecedora ese día del, tan deseado, rato de distracción.

Toque de campanilla, hora de subir a clase. Se forman las filas y un repetir cada día “silencio, en la fila no se habla”. En el aula chirriar de los antiguos y súper encerados pupitres de madera con asiento abatible hasta nuestra total colocación, no demasiado rápida por cierto.

Días de excursión, ensayo de villancicos en las vísperas navideñas y adorno de aulas.


Clases de labor con adormecedora lectura de fondo de algún libro “ejemplar”.


Largos estudios preparándonos para Reválida y en la primera ausencia de vigilancia, subida a los altos y anchísimos poyos de las ventanas para ver a los “novios” de las “mayores” que esperaban con paciencia.
Orgullo por la primera menstruación, horror ante las primeras espinillas en la cara, primeras amistades que suponíamos eternas, primera "pandilla", primer e inolvidable amor.

Y al finalizar cada día de nuevo bullicio de uniformes azul marino con almidonado cuello blanco en la plaza…

¿Cómo podría no haberme gustado el colegio?
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1 comentario:

  1. Ahora te he encontrado yo, y no por casualidad sino porque te busqué, es increible la de vivencias que han despertado en mí tus palabras, pues yo aunque en Jerez, tambien estudié toda mi vida con las monjas y después en el bachiller con los curas de "La Salle", revivo recuerdos de esos jardines con sus tentadores estanques con peces de colores, la disciplina rigurosa que nos convertía en seres mucho más reveldes,los patios, las filas, las risas oprimidas por la inoportunidad del momento... creo Campanilla que hemos tenido infancias similares, como si hubieramos recorrido caminos paralelos. Enhorabuena por hacernos revivir tanta alegria que queda en el recuerdo de la infancia

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