Hacía tiempo que no paseaba por el parque
y esta mañana temprano me decidí a hacerlo.
Me sorprendió igual que en aquel primer día de primavera.
Hoy la alfombra de pequeñillas flores
se había cambiado por un velo blanco de escarcha.
Los senderos, entonces polvorientos y llenos de vida,
estaban empapados por el sereno de la pasada noche ,
y no paseaban por ellos parejas de enamorados,
ni correteaban niños, ni perros,
tampoco sus bancos estaban ocupados por mayores,
ni en la hierba había mantas que albergaran juegos y risas,
no ensayaba un trompetista
como lo hiciera en aquel coloreado día.
El parque esta mañana estaba solo,
en el entorno los colores propios del otoño,
marrones, amarillos y verdes lo teñían todo.
Los olivos como si airearan su recién lavada melena,
exponían sus hojas brillantes de relente
al tímido sol que ya empezaba a asomar por entre la bruma.
Al fondo, tras la espesa niebla se intuía la ciudad.
El aire frío y húmedo era una caricia en el rostro…
Entonces pensé en ti, en que ya jamás podrías ver toda esta belleza
y a modo de especialísimo funeral te dediqué mi paseo.
Sé que nadie lo creerá, pero igual que en aquellas soleadas tardes
cuando paseábamos a nuestro hijos pequeños,
esta mañana te sentí a mi lado dando nuestro último paseo juntas.
Hasta siempre, Maruja…
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